lunes, marzo 28, 2005

oficina







Otra vez aquí, bajo el sol fluorescente y enrejado de tubo blancos recién llegados de cargar las pilas en las zonas químicamente costeras. ¿Y qué me dices de los carteles –yo creo que son iconos- de individuos contratados para a correr los cien metros vallas y que se quedaron congelados en su cartel, estafados, para indicar que por ahí está la salida de emergencia? No han tenido vacaciones. Los extintores siguen bien –al menos son rojos-. Como novedad ahora anuncian que encima de ellos hay un cartelito que indica que están debajo (Divina vanidad). Acumulando cuotas de poder, los cartelitos de prohibido fumar que cada vez pintan menos porque han subcontratado su labor en las personas más beligerantes de cada planta

A los ordenadores se les está poniendo cara de Federico Luppi. Siguen sujetando a las personas, atadas a sus mesas con el mítico hilo telefónico rodeadas del gris sombrío de armarios, cajoneras, puertas, marcos, estanterías guarras y ese techo falsificado que -supongo- disimula el cablerío blanco y recoge, envuelve y congela los malos pensamientos de los que estamos debajo.

Menos mal que en la pizarra blanca entre planning y planning hay tres colores.

Hay un poco de ése estilo periodista vulgar mezclado con la juventud que baila y se arregla a su manera. También un poco de “estilo jefa” y menos, del “estilo jesuitas de Madrid”, cómodo, informal, afarlopado y con barba de algunos días.

El “comando mechas” debe andar en otro lado, supongo que al final del pasillo. Ellas no podrían estar rodeadas de relojes de merchandising, calendarios de revista semibarata, cintas de betacam, perchas con gabanes de Springfield, plantas de plástico y algún paragüero más perdido que un paragüero sin diéresis.

Ellas están para otras cosas