Campari

En Cambrils, localidad pescadora y ahora metida en el turismo familiar, no queda silencio. Lo han vendido todo. ¿Todo? En un irreductible chiringuito llamado el Hawaii, un familia de posadores callan. Éstán viendo un programa del corazón y nadie dice ni mu. ¿Será ése el secreto de estos programas? ¿Actúan como un elixir que desanuda las discusiones?

Una hippi morena de vida, guapa y hippi, escribe tu nombre en un grano de arroz. ¿Cambiaría su chiringuito por el monovolumen pequeño burgués de la pareja gris, regordeta y mal vestida que asoman morro por su negocio?.Acabará cambiándolo. Ya lo está cambiando. Ahora están empatados. Van ganando los franceses cuarentones que ya pasaron sus crisis y están convencidos de que lo mejor es seguir, así, como son ellos, franceseando sin elevar la voz, pero preparados para la guerra, amándose en paz

y firmando treguas.

Una mujer me elige. Una mujer elige Seda y lo desliza por mi buzón. ¡Bien! Es el principio de otra gran amistad. Alessandro Baricco pone cosas así, sólo con las comas: Así pudo ver al final, de repente, el cielo sobre el palacio tiznarse por el vuelo de cientos de pájaros, como si fuera un estallido de la tierra, pájaros de todo tipo, desorientados huyendo hacia cualquier parte, enloquecidos, cantando y gritando, pirotécnica expresión de alas y nube de colores disparada en la luz y de sonidos asutados, música en fuga, volando en el cielo. Gracias B.

Una voz me dice que ya estoy harto de vivir en 40 metros. Cuadrados, claro, que si no, esta medida sería una metáfora. Otra voz me recuerda que cambié el Campari por el Ricard, casi sin darme cuenta. ¡Menudo cambio!