viernes, diciembre 16, 2011

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Todo se oscureció.

Un manto de fango espeso y pestilente la abrazó por las espalda y se la llevó del reino de las luces y del porvenir a las marismas de la confusión y de la histeria, donde el dolor quema y marca, a la altura del pecho, a fuego, dejando una cicatriz profunda por donde caerán más adelante las lágrimas y los sudores fríos de la desesperación. En el trayecto, arrastrada entre meandros de lodo y alquitrán, recibió sin piedad los golpes de viejos materiales de desecho y compitió por un hueco en el canal sinuoso de la duda.

Al principio sacó la cabeza para respirar un poco de aire pero luego eligió el buceo para poder soñar con convertirse en un trozo de polietileno o un madero carcomido y flotante. Y así, sin sacar la cabeza del líquido viscoso que ya era su biografía, llegó al destino donde todo se oscurece más aún, viva todavía, llena de parásitos adosados que se daban un festín con las heces animales y humanas adheridas a su cuerpo.