sábado, octubre 04, 2008

4 de octubre

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El hombre está configurado para viajar a 6 km por hora, -dijo Ferdinald, y desde hace un siglo lo hace a 120 y a más cuando se sube a un avión. Me acuerdo de Ferdinnald en el Thyssen, donde pasas del barroco y los bodegones a las rejas de Mondrian en sólo cinco sets. Aun así me sujeto a mis pies para ir despacio y paso de largo de los rusos geométricos, tristes y grises y me dejo impresionar un rato antes de pensar ¿Y si Rothko fuera mentira? No lo es. Y me paro en Balthus y recuerdo que compré un libro suyo hace ya un año en Bilbao que no he abierto. Esto, me lo concedo. ¡Y de repente! rechinan los tacones de bota alta, pura sensualidad, de burguesa de capital, de Almagro quizá, y me recuerdan que los grandes museos son como los hamannes donde ella -como yo- se limpia y se frota y se deshace de las capas de la piel estropeada por lo cotidiano de la neurosis y de la represión. Me olvido de Balthus y de Feinninger y en mis ojos nadan, junto a sus tetas, un grupo de escandinavas rubias como las mechas y me dejo llevar por el personal de seguridad mucho más femenino de lo que ellas quisieran. Y sé que esta mañana me he curado del apaleamiento que me da la vida, cuando ella quiere, y del que me doy yo, hasta cuando no quiero.