lunes, junio 29, 2009

Ana y Rocío















Estas dos hermosas mujeres (más por dentro) las encontré en un camino inventado que une la playa del Barronal con las calas de Mónsul. A una de ellas le arranqué un par de besos escondidos 36 horas después. Pero antes pasaron muchas otras cosas.

Lo primero fue recomendarles que no fueran a esa playa; los vientos la hacían impracticable, -ya lo sospechaban ellas. En clave de cortesía, me ofrecí para acercarlas a la Calilla de San José, lugar que probablemente estaría más refugiado. Entraron en mi coche cubierto de una gruesa capa de arena, lleno de botellas de agua vacías (nunca latas), mi declaración de la renta, el ajuar playero, colillas, un guión y música para todas las ocasiones (verbigracia, Buenavista Club Social) Se sentaron. La cortesía dio paso a al ligoteo. A 20 km por hora calculé un cuarto de hora hasta la llegada a nuestro destino. Venezuela y Chile eran sus países y mías las ilusiones. Sus estados civiles respectivos eran complicados:
recién separada y recién enamorada. Así que elegí la primera opción, claro. Vieron en mí a una mezcla de lobo de mar de la zona con algo de un Julio Iglesias disecado, pero les arranqué una cita. Por la noche, muchos mojitos, al día siguiente desayuno de tostada con tomate y queso, volvimos al Barronal, cuerpos desnudos al sol, todo voluptuoso y enmarecido; la puesta de sol fue en Cala Higuera, con un par de porritos, otro de cervezas y un balancín. Las llevé a su ducha y vinieron después a mi apartamento con un saco de pasta para hervir para la cena. Yo puse las 3 botellas de vino blanco 3. Y ataqué. Estábamos ya en los minutos finales del encuentro y tiré de nota bonita en papel de manera clandestina que funcionó muy bien. Y antes de que el árbitro pitase el final disparé dos besos juveniles que encontraron la fina red de sus labios, más de agradecimiento que de pasión. Las devolví a su apartamento y pregunté a la indicada, cuando ya las dos estaban fuera del coche:
-¿No te has olvidado nada en mi casa?

Al día siguiente las llevé a las estación de tren de Almería. Desde ahí voló un romance hacia Madrid.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Una vez me dijiste que de pequeño pensabas que los señores mayores ya no se enamoraban ni se fijaban en las chicas guapas. Además pueden enamorarse bonito y contarlo bonito.

Siempre he pensado que cala higuera, tan cerca de los km de plastico y las ruinas donde viven los marroquies es lugar bíblico.

Un beso grande
zu

1:27 a. m.  

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