jueves, julio 23, 2009

Un paseíto por San Berí

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Un comercial mirando de reojo a una cangura andina, la farmacéutica se echa un pito algo alejada de su local, un par de vendepisos ya tiene tu reforma preparada, un quiromasajista con ganas de hacer caja, una señora de toda la vida, malilla y cascada, atasca el mostrador de la herboristería; unos cuantos separados compran fruta, una cuarentona mira de reojo, luego otra. Un policía nacional más achulado que nunca tiene a su cargo el corte de la calle; una mendiga, mendiga y se pone negra del sol a traición; una pastelería argentina vende Rosamonte, una tienda de mobiliario desfasado abre en agosto a ver si cuela, un conserje hace la sustitución, las campanas de Iglesia suenan peor que en los pueblos, una terraza de hojalata, un Día remozado, un corte de caballero, un pito ensordecedor de gama media, un kiosco con los periódicos en quinto plano, una tahona cierra a las cuatro con persiana eléctrica; hay zapaterías feas y ferreterías varias.

En casa, muchos metros y poca luz. Nabokov con gabardina amarilla y compacta define la belleza de las chicas que le cruzan la vida así: un árbol distante y solitario destacando en un horizonte dorado; ondulaciones luminosas en el arco interior de un puente; algo completamente inalcanzable.