miércoles, marzo 09, 2011

Irene

Irene tenía los ojos verdes y sus tetas descansaban confortablemente sobre su pecho. Dos masas armónicas, hogareñas y pacíficas aguantaban a duras penas la gravedad. A ella no le gustaban. A mucha gente sí.

El último hombre le había dicho: no encontrarás nada mejor que yo, así que más te vale que me aguantes. Su instinto maternal estuvo a punto de jugarle una mala pasada pero se revolvió. Cambió a aquel chulo por un deportivo de gama media y entró en los libros de Auster, primero, y de Murakami después. Últimamente era fácil verla yendo al trabajo en el cercanías leyendo también a los del XIX entregando su cuerpo al balanceo ferroviario de cada día mientras soñaba con un crucero de singles para el puente de mayo.

1 Comments:

Anonymous RAULET said...

La vida se consume, permaneciendo con alguien sin quererlo, así como no luchando por estar con aquel al que verdaderamente quieres. No hay que aguantar o esperar, hay que actuar.

12:26 p. m.  

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