sábado, marzo 10, 2012

Lbi

Recordó los amores de su vida, esa especie de pactos mutuos cerrados con los que pasaban por ahí, acondicionados para el momento, con poco misterio y alguna esperanza. Se detuvo a pensar que cada uno de aquellos hombres venían de otros amores, y era normal pensar que ya estarían ocupados en otros y así se encadenaba la humanidad, hombre con hombre o mujer, mujer con hombres y con mujer, unos con otros, con sus desgastes encima, sus desesperanzas y sus flaquezas, sus fragores apagados, sus ilusiones remotas; así sería mientras la insatisfacción sentimental llenase con su manto espeso aquellos días de modernidad líquida. El pensamiento le había llegado por puro azar, seguramente lo habría leído en Carver -sospechó- pero ella misma quiso entrar en una espiral intelectual y caminar a ratos por esa senda de franqueza por la que empezaba a pisar y que le producía un vértigo agradable, como cuando alguien piensa en la muerte, en lo que supone de verdad, en la desaparición extrema. Y siguió consigo misma ¿pero es que nadie se había unido al amor de su vida? ¿Que posición había ocupado ella con cualquiera de sus parejas? ¿Era la más amada de las mujeres que pasaron por ellos, por sus manos, sus pieles, sus salivas o, era la segunda; o ni siquiera se acercaba al podium? Y eso sin contar con las que vendrían en un futuro que seguramente la alejarían más de los puestos de privilegio en la memorias de aquellos. Se pensó en ella e imaginó una pirámide jerárquica de los hombres de su vida y enseguida vio que el triángulo se levantaba a muy pocos metros del suelo, como un flan mal servido, derramado, y le pareció que su biografía era ligera como el vuelo de un vestido de Miyake, que eso no podía seguir así y que dentro de unos años quería verse sentada frente a un secreter sacando de sus cajoncitos las fotos de sus hombres, de muchos hombres que la habían amado, tantos como los cromos que llevan los niños para intercambiar en el recreo atados con un goma. O al menos, y esta opción le satisfacía igualmente, quizá todavía más, la foto de un sólo hombre, el que pasó por ahí, por donde estaba ella para quedarse, y ayudarle a plegar las sábanas cogidas por las puntas y a introducir el edredón en sus funda. Se imaginó un día lluvioso dentro de un cenador en plena Inglaterra victoriana rescordando sus hitos biográficos a base de hombres, incluso a golpes, fuera lo que fuera. Se tomó este pensamiento muy en serio, como una promesa. Ese era el encargo que se hacía, su labor, un trabajo en extensión. Pero además debía focalizar en otra tarea igual de complicada. Ya no quería ocupar más segundos y terceros puestos. También eso terminó para ella. Su próximo hombre, y esto era ya irrenunciable la colocaría en un pedestal, en el lugar más alto de su vida, de manera que aquella fusión se realizase con la suma de las mejores puntuaciones del uno en el otro de manera que él jamás habría conocido a una mujer como ella, y tanto sería así que dejaría en lugares rezagados a aquellas que la precedieron y a las que ya difícilmente podrían ocupar su lugar algún día.

1 Comments:

Blogger Vista cansada said...

precioso Antón.

1:08 a. m.  

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