domingo, mayo 13, 2012

LBI (A cuatro manos)


Le vino a la memoria el recital de aquella rumana, Timonenko o Timocescu, no recordaba bien, que interpretaba una abertura trágica de Brahams pensada para cuatro manos que podría haber hecho también a cuatro patas y con el coño tambien porque tocaba con su propia cara, torciendo la boca, retorciendo su cuello y manoseando teclas anónimas con otro intérprete con pinta de vitoriano pijo mientras ella pasaba la páginas de un golpe seco adquiriendo un rol de ama severa mientras el español se hacía más pequeño, y de sumiso pasaba a esclavo tanto que se desahacía en el propio escenario. Cundo lo dejaron, el piano y la interpretación, salieron de su metro cuadrado, jaula de oro onmipotente, único lugar donde eran alguien, para recibir los aplausos del público entre tropiezos, sin saber muy bien dónde colocarse, torpes e inseguros, con las manos pensando en unas cosas y sus cerebros en otras. Ahí rompieron el todo que habían formado frente a un piano, el instrumento que más aspecto tiene de alimaña a la que no conviene despertar porque se corre el riesgo de ser ingerido por ella. En aquel menage a trois vio Virginia su futuro con alguien, con el hombre que nunca apareció y permitió a su imaginación volar por disciplinas sexuales menos convencionales hasta que detuvo sus pensamientos y los volvió a meter en el corral como lo hace un pastor con sus ovejas dóciles, redomadas y absurdas. Y jamás volvió a pensar en aquello; ni en encontrar a alguien con quien interpretar su vida a cuatro manos, ni en formar una escena de amor a tres bandas ni en visitar Vitoria; menos aún Budapest.