Miradas de reojo a los frijoles en remojo
Esas cosas sencillas como
comprarse una tabla de madera redonda del tamaño del Camembert y untarla de aceite para que no se quiebre; cosas como saber que
Robert Lepage tiene poco que contar, que las formas ganaron la guerra a los
contenidos. Esa cosas como descubrir que conecto más con lo judíos (Amis o
Below, Auster por supuesto) que con Javier Marías. Esas cosas que no aprendo, que no, que el mío es el 45, y el 44 por "mucho que dé talla" no me entra. Esas miradas de reojo a los
frijoles en remojo, que ya tengo ganas de ver mañana cociendo a fuego lento, como se
cuece la buena amistad. Esta noche con Curtis y Lancasater en blanco y negro iluminando a escondidas mi casa,
sin voz, para poder escuchar una balada de Feist o de Regina Specktor con el mate en la mano y amorrado a
la bombilla, trabajando bien, haciendo las cosas bien, escribiendo para mí y por
encargo, también bien, o recogiendo un post que cae de una higuera y que apreso como un higo
tardano de septiembre. Estas cosas como el calzoncillo grande que compré en
Londres y ahora uso de vale-para-todo. La frase de Carlos: la Excel no es
dócil, el segundo vino de Rogelio o las anecdotas de una sesión sado que vi en
tribuna y medio le cuento a Lu. Cosas tan estúpidamente importantes como la salvación de Real Zaragoza,
u otras absolutamente medulares como la mejoría a la que me someto más preocupado
por fin de mí que del resto. Y esa infraestructura deliciosa de gente
fronteriza y amiga que llaman para nada o responden a todo, o te hacen un favor,
otro favor.
Esas cosas tan de Serrat que, por cierto, ¿alguien sabe donde está?.
¡Ah! Y una glicinia trasplantada; en estos momentos estirándose y abriéndose de raíz en su nuevo tiesto.
¡Ah! Y una glicinia trasplantada; en estos momentos estirándose y abriéndose de raíz en su nuevo tiesto.
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