Dave Murray

Desde que Dave Murray había prometido no volver a Long Island su vida no había sido la misma. Su vieja chupa de cuero se gastaba más todavía que su rostro perdido y su mirada triste. Dave dejaba su pies al arrastre de cualquier camino, colgados de una vieja locomotora y apagando su pall mall reseco sobre cualquier superficie dura y fría, como lo eran sus expectativas, las de un estibador sin fuerza, las de un pistolero con escrúpulos, las de un marinero de agua caliente, sin dulzura y con el pelo gris y las rodillas agrietadas. Su madre, la sra Willcox le había avisado, no subas a ese columpio. No hubiera subido de haberlo sabido. Ya era tarde y la gangrena se extendía como el potaje que arrojaban a su plato de hojalata cada días, cuando ya era tarde.