lunes, noviembre 01, 2010

Henry James

La señorita Bordereau zarpó con su familia en un zarandeado bergantín, en los días de viajes largos y de las grandes diferencias; había tenido sus emociones en lo alto de diligencias amarillas, había pasado la noche en posadas donde soñó con leyendas de viajeros y, al llegar a la Ciudad Eterna, la impresionó la elegancia de las perlas y los chalés romanos. Había algo conmovedor en todo eso y mi imaginación volvía frecuentemente a esa época.