viernes, mayo 25, 2012

El método de la amalgama

Muchas veces se me olvida que las cosas no pueden ser como yo creo que deberían ser. Ni siquiera cuando están sin hacer se puede dirigir su construcción. En esos casos me disgusto un poco pero se me pasa enseguida. Otras veces, en realidad casi siempre si descontamos las ocasiones anteriores, hago las cosas a mi manera. Por ejemplo la vida en amalgama.

Se coge la organización semanal, esa convención que, extendida por los calendarios,  serpentea por los adentros y termina en color rojo. Se rompe como si fuera un recibo de la luz. Se arrojan los papelitos por encima del hombro dejando atrás una estela de  indiferencia  y se sigue caminando. Coges la vida, tu vida y amalgamas a presión todos sus componentes hasta convertirla en un ovillo denso o en un mapamundi circular de esos que se podían iluminar y algún amigo lejano de tus padres  te regalaba en tu primera comunión y lo colocabas al lado del microscopio y de los marcos de plata. 
 
Entonces se camina sobre la densa esfera, dando saltitos si quieres y durante un tiempo haces el juego de las obligaciones, las reales, y las tratas a todas por igual en cuanto a su urgencia: las afectivas, las  laborales, las sexuales, las culturales, las siquiátricas, las cultivadoras, las blogueras, las deportivas, las artísticas, las inversoras, las literarias. Todos los días haces de todo, sin ansiedad, pisando la vida como un plantígrado, hasta que te convences de que se llega a todo.

Y vas tirando.