miércoles, octubre 28, 2009

Dimitra

Si desayunas en la biblioteca nacional, comes en la moraleja y cenas en Lavapiés supongo que es por que el día reservaba algo especial. Porque necesitaba que mis ojos se aclarasen y viesen sólo belleza en la oficinistas de recoletos, fumadoras y arregladitas. Porque ante las galeristas portuguesas y las discretas burguesas de capital derramaría lágrimas de eros como un sansebastián perforado por las felchas de los bellos guías del Thyssen. Porque en la comida, seguramente, estaba llamado a encontrar un espejo reluciente de mi mejor parte y Welin de la mía. Y sobre todo, porque en una cita entre buenos amigos aparecería ella, Dimitra, a mis nuevos ojos clareados donde las pupilas navegan entre mares cristalinos y ciertos hasta salirse de sus cuencas y entrar en el terreno de de las luces tan blancas que devuelvan la mirada a un ciego librándole así del castigo de la ceguera

Dimitra, la mujer griega a la que me entregué con todo y con ganas y quise ver en ella el fulgor de un ligue verdadero que te lleva de lao a lao si ella te deja. En esa hermosura mediterránea me dejé ir; porque el día estaba para eso, el lugar y la mujer adecuada y quise pensar que ella se estaba dando cuenta, de manera demasiado rápida, demasiado lenta.

Será ella si lo hubiera sido.