viernes, agosto 12, 2011

la camarera de azul y el hombre maduro


No había visto a nadie caminar así, suspendida y la vez firme. Tenía 21 años y llevaba un mandil azul. Entre ellos había algo de eso que no se sabe lo que es y pasa cuando lo cotidiano se convierte en necesario. Hablaban del café, de tiempo y de los días que ella libraba. Ella llevaba una bandeja; él un libro de Lawrence Durrell y unas gafas oscuras que, con la excusa del sol, utilizaba para mirarle a escondidas. Aquel día era el único cliente y todo estaba en silencio.Un día de estos tengo que invitarla a la exposicion de Antonio López -pensó.
Buscó algo que había escrito unos días antes:
Aquí, en el mercado, el silencio es el tiempo en miniatura, como el tiempo de Proust, como un cuadro de Antonio López como el ventilador amarillento de un heladería de provincias.

La única posibilidad de que acepte -pensó- es que conozca a Durrell.