El amor lírico no presencial
Sebastián había
desarrollado una teoría personal respecto al amor en la que distinguía el amor
épico del amor lírico. El primero era el que se desprende en las relaciones rápidas
e infructuosas, el de los jóvenes que saltan de cama en cama, el de la
universidad, el amor estéril que tiene más que ver con la autoestima y es más
animalizado, en cierto modo más real. Sebastián había renunciado a eso, a
convertir la costumbre de la compañía en algo necesario. Para él el amor era
una idea demasiado elevada y su representación que de él hacían los hombres era
una copia tan burda que había elegido el amor más lírico, el que tiene que ver
con los ideales más elevados, casi caballerescos. Y habría sido feliz si esa mujer aquella tarde le hubiera dado un mechón de sus cabellos. Él lo habría
guardado en la empuñadura de su espada y habría salido hacia la batalla, quizá
a luchar contra los turcos o más lejos. Ese forma de amar, también a nivel
teórico le ayudaba a no impacientarse, a tener cierto control de la situación y
a no malgastar energías en escarceos baldíos ni en tormentos de verano.
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