Belleza estéril
Se
quedó un rato apoyada en la pared fumando en el aparcamiento del hotel. El atardecer la cubrió de una falsa paz. Como si del cielo
hubiera caído una tormenta dorada de aceites de girasol, todo el paisaje se tiñó de
oro salpicado por los discretos verdes de los cactus y las pitas que, a saber
dónde guardaban el agua para mantenerse en pie. El sol tampoco tenía las ideas
claras y tras pelearse con nubes imperceptibles, disueltas por la kalima de la
zona, pintarrajeaba después todo de color mostaza como si quisiera convertir a
Virginia en un personaje de animación que vive dentro de un sueño en una historia fantástica llena frutas de color albaricoque con las cejas naranjas y la boca grande, sentadas en una silla de Van Gogh. Con los blancos
invernaderos lejos de su vista fundió su vestido corto con los tonos de
aquel momento, mimetizada como un saltamontes de patas aritméticas y puso sus
brazos en jarra formando en su propio cuerpo formas triangulares conocidas de
memoria por la naturaleza.
Los socios del horizonte, el cielo y el mar, se hicieron más y más anchos. El silencio abrió su boca y lo convirtió todo en azul que lo engullía todo, callaba a los bichos, escondía a
los coches dispersos por las comarcales que aparecían y desaparecían dentro de aquel
cuadro majestuoso. Después, el silencio se hizo noche. Sombreó el paisaje primero de gris y luego
de negro. “Cuando llegue a casa –se dijo– haré croquetas de pollo y huevo”.
1 Comments:
Antón:me gusta el final de tu historia, tan prosaico después del contenido lírico.
¡Qué pena que cada vez haya menos playas desiertas como la que has elegido para encabezar tu blog!
blog:palco de la Sevigne
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