sábado, junio 16, 2012

El piano

Para conseguir que doce individuos atiborrados de panchitos, patatas fritas, vinos y espumosos varios dejen una terraza veraniega para entrar en un gabinete solo se necesita un piano. Ahí pueden ser amansados y reconducidos por el tiroriro que, como un pájaro carpintero repiquetea en la frente, se abre  camino por dentro del cerebro y llega hasta el alma, esté donde esté el alma, sin pasar por las orejas. Del sonido no me caen lágrimas pero sudo, que es casi como llorar y la escena del pianero sin partitura, ajado y generoso, vista de perfil sólo se supera al ver a alguien que amas también en un piano abierta de piernas mirándote de frente. En esos casos, en los dos, los cigarrillo son los más largos de mundo porque cada calada es un premio y no un necesidad mientras Mozart toca y toca alguno de sus hits. 

Pero veamos qué hace el resto.

Una mosca va de la cara de él a la pierna de ella. Quizá, de piel a piel, lleve noticias de su amor silencioso o del hastío definitivo. ¿Como se puede escuchar un piano y no rozar a quien tienes a tu lado? Acaba de llegar Albéniz y voy tomando decisiones: sí, haré lo que ella diga; seguiré alelante. La quiero. Mientras tanto, las teclas se ríen a carcajadas de unos candelabros austeros y en llamas. Entonces Blas mira el sonido con cara de experto, Lola pide permiso para desear y a Laura le brillan los ojos de piano y birra. Marina entregada al regreso y Sonia ejerce su alto nivel, su color negro, su vida digna. Dani y su carisma andan fuera de mi vista tapados por el pelo de Luisa y por un taquillón de 50 años máximo. 
Y así, las clases trabajadoras juegan al refinamiento mientras el piano se toma un respiro harto ya de Guermantes y de señoras aburridas.