recuerdos de Lowry
Son las ocho y los dos sabemos que esto es Estambul aunque
ese ruso encerrado en la jaula de plasma haga maravillas encima de un potro.
Mientras pienso que esta cerveza es demasiado grande para mí ya me la he
terminado y gracias a ella tengo esta sensación de pérdida y de indiferencia
que sería total si confiase algo más en mi inglés operativo e insuficiente. La
moneda es nueva; lo demás, como siempre, como este cigarrillo que acompaña este
momento como nadie podría hacerlo mejor. Al fondo, por encima de los neones,
veo una punta de Santa Sofía, ese manto de fe e incultura de encargo extendido
en forma de religión, el mismo con el que sospechosamente se abriga cualquier
catedral francesa o española a partir de Clunny. Estambul, ponme otra cerveza
porque me encanta tu humedad. ¿Cómo quedaré en este bar a los ojos de los
otros, ante vosotros dos, por
ejemplo, tú, mujer que miras de reojo, podría partir en dos lo vuestro ahora
que, con dos cervezas más, sé mejor dónde estoy y quién eres, por ejemplo, sé
que, nena, sólo me follo al amor y mira que me gustas y tu marido también y
entrelazarme contigo como se entrelazan dos mujeres en una cama. Soy un hombre
nadando en un huevo pasado por agua y en otra cerveza más, dios mío, qué mal
trabajo me hizo el último dentista. Tráeme una botella de raki, en homenaje a
Ángeles y a Jero en aquella noche ateniense. Ya no sé qué haré ahora que no
huyo de nada, ¿dónde están tus tetas despendoladas, mi amor? Dame otra cerveza,
que quiero ver todas esas tetas que andan solas. I want to pay. I went to die.
En Estambul los taksis se leen como se escribe, querido Malcom Lowry, yo sé de
lo que me habla tu cósul. Sé cómo escribes; te pillé. 50 euros son demasiado
por esto ¿por qué no me avisaste? Me vuelve loco esta humedad urbana; no voy a
seguir bebiendo. El tic tac de los relojes son gotas de sudor que caen entre mi
pecho hasta ahogarse en el ombligo
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