viernes, agosto 09, 2013

Lectura


Allí estoy, con mi único traje decente, lustroso ya, con rodilleras, echando a mi alrededor tiernas miradas de miope, en busca de la mujer que...¿pero qué importa? No necesito a un Keats que me fotografíe. No me creo más feo ni menos agradable que cualquiera, y desde luego mi vaniudad es de un orden muy general, porque ¿cómo no me he detenido un instante a preguntarme por qué razón justine había de elegirme a mí como objeto de sus favores?

El Cuarteto de Alejandría ha convertido en mi casa otra vez en templo. Entre mis sienes siento la comunicación con Durrell y evoco los recuerdos de mí mismo cuando soñaba con viajes egipcios o hopperianos, con experiencias que arrancasen algo la piel, con mundos cosmopolitas y palacetes abovedados donde tomar un café junto a un diplomático indio y unas mochileras austríacas, y pasear por unos jardines aportuguesados o amazónicos. Como todo ya se hizo recuerdo con el mismo gozo al adolescente que tenía sueños.

1 Comments:

Blogger Palco de la Sèvignè said...

Hola Antón, me encantó El Cuarteto de Alejandra, sobre todo Justine, es uno de esos libros que nunca olvidas. Siempre he querido viajar a Egipto solo para ver los lugares de los que habla Durrell.

Teresa

6:29 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home