martes, marzo 24, 2009

Destiempo

Hoy ha vuelto a trabajar. A un ritmo suave porque la dureza de su oficio sólo es es una leyenda; porque su trabajo, como la película de ayer, con Deborah Kerr, es suave. Vuelve a casa. Los lunes su casa reluce. Estrella, su asistenta, no pone amor en su oficio, pero él no lo pide. El amor lo reserva para los cincuenta. La vitrocerámica reluce en su cocina como lo hace una pantalla de ordenador plana en una oficina vieja, donde todavía se puede fumar. Sobre le mesa del comedor, apilados, hay una docena de libros pendientes, y, pendiente del techo, un ventilador que acumula el polvo del otoño y que Estrella, nunca ha querido limpiar. En el dormitorio le espera el látex y, en un cenicero de porcelana, unas etiquetas de H & M ya se han desprendido de un pijama nuevo. El transistor, el sánex para mañana y el tratamiento capilar. El yogur a medianoche. El despertador y algo más: un sentido infantil de lo maravilloso.

-¿Pero qué tengo mañana: examen de lengua o mi primer trabajo? Si llueve igual suspenden el partido-. De repente, los últimos veinte años de su vida le parecen no natos, un paréntesis que su imaginación ha construido pensando en lo que quería ser de mayor.


2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No me creo que uses pijama...

12:31 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

así que a los cincuenta piensas volverte a enamorar? ya sabía yo que esa frase dramática del otro día no podía ser verdad.
te olvidaste del transistor (pobre).

3:05 p. m.  

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