La caja
Al volver a casa o al salir y, sobre todo, cuando tiene un montón de tiempo libre por delante piensa en la intensidad de sus días y de sus noches. En la causa y en las consecuencias de ésta. Está cansado de tener siempre fuerzas, de cocinar comida sana; cansado de no poder entregarse a una hamburguesa repugnante y nociva. Cansado de temer a la vida y de temer a la muerte. Extenuado, libre, pero extenuado.
Extenuado mira de reojo a una torreta de libros sin leer, un mapa político de lugares que no conoce, y de frente, su cuerpo. El espejo devuelve cierta dignidad que impide el abandono. En cada uno de los escalones que llevan a su casa recuerda algo que pudo hacer mejor hace años y de algo malo previsto para mañana. Sin tocar fondo ni techo, a golpe de biografía, cruza los años y la vida, la propia y la ajena, sin fuerzas para ser mejor, sin fuerzas para destruirse: en mitad de dos polos opuestos piensa que flota en un aire demasiado contaminado, y desea caer, al menos un rato, y poner su mejilla sobre una bella mujer austrohúngara con abanico, licenciada en cualquier ciencia lejana, aporcelanada y tibia. O poner su mejilla sobre la alacantarilla de un Boxing Club de cualquier barrio de una ciudad dormitorio de esa capital que le ha financiado los sueños , su desgaste, la belleza y su vida.
Con una caja llena de cosas que no sabe dónde poner.
Extenuado mira de reojo a una torreta de libros sin leer, un mapa político de lugares que no conoce, y de frente, su cuerpo. El espejo devuelve cierta dignidad que impide el abandono. En cada uno de los escalones que llevan a su casa recuerda algo que pudo hacer mejor hace años y de algo malo previsto para mañana. Sin tocar fondo ni techo, a golpe de biografía, cruza los años y la vida, la propia y la ajena, sin fuerzas para ser mejor, sin fuerzas para destruirse: en mitad de dos polos opuestos piensa que flota en un aire demasiado contaminado, y desea caer, al menos un rato, y poner su mejilla sobre una bella mujer austrohúngara con abanico, licenciada en cualquier ciencia lejana, aporcelanada y tibia. O poner su mejilla sobre la alacantarilla de un Boxing Club de cualquier barrio de una ciudad dormitorio de esa capital que le ha financiado los sueños , su desgaste, la belleza y su vida.
Con una caja llena de cosas que no sabe dónde poner.
1 Comments:
Da gusto leerte...
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