martes, febrero 05, 2008

autocarta de San Francisco



Querido A:
He recibido tu carta pero tú, ya no estás. Asi que no te puedo preguntar por qué no recuerdas en ella las lágrimas que caían abajo cuando mirabas hacia arriba; de cuando dijiste adios al camarero feliz, el del coffee-shop. Tampoco dices nada de las gracias que te rieron en Japon y en Corea y las que te dieron Tomomi y Ryoko, que sueñan contigo y con ver algun día la Sagrada Familia de Gaudí. Acuérdate de los maricas pacíficos de Castro, y la playa de Santa Monica, en L.A, que más parece un salvantallas que menos. Acuérdate de la francesa que te echó un cable en Tijuana, negra y bella como el carbon. De la galerista que había vivido en Francia, hija de embajador, delicada y triste, perfecta para ti, la que dejaste escapar sí sé por que. Porque ibas buscando a Mrs Robinson y resultó que Mrs Robinson eras tú.

No dices nada de el color rojo de La Vegas que nunca salió, de sus tragaperras y sus dillers; ni de la costa californiana con pájaros de Hitchcock acechando al fondo, con Richard Burton, también al fondo. No dices nada de las palabras de Ryoko al sol, del turismillo de fin de semana, de la viagra que compraste en Tijuana, del casimequedo, del extraño club de remo.
Acuerdate del dulce despensar.
Acuerdate de la melancolía de los últimos días, de la dulzura de la comida indonesia, del california roll, de la paja de aquella vietnamita, del expreso diario. De Rothko flotando.

Un saludo y vuelve pronto,
San Francisco