miércoles, noviembre 25, 2009

La belleza involuntaria

Nunca le gustó demasiado. La convirtió en un mal necesario, como lo eran para él la inmensa mayoría de las mujeres que desfilaban ante su vida, a las que convertía en un suerte de redil, de hogar acolchado para el reposo del guerrero, un lugar pacífico al caer el día y un paquete exprés que llega con afecto cada mañana en la que él se despertaba cuando ella ya se había duchado y por el dormitorio flotaban los olores de los discretos geles con olor a melocotón secándose en un silencio sólo roto por el suave sonido de los elásticos del sujetador golpeándole contra su piel; ella con el pelo mojado; él con el pelo arremolinado, alguna legaña y unas poquitas gotas de amor que se diluían a la vez que se desgastaba el cutis de ella y la resistencia de ambos.

Aunque se despertaba más tarde, él salía antes. Ella, en cambio, necesitaba su tiempo. El hacía algo de ruido al coger el casco, como suelen hacer los moteros para dejar impreso lo que creen es su principal aporte a la atmósfera de cada momento: el sonido. Le daba un beso rápido, de medio lado, lleno de prisa, quizá de mala conciencia. El portazo coincidía con el breve rumor de un tomate maduro rallado contra el metal poco antes de ser depositado, cucharilla a cucharilla, sobre una tostada tibia extendida sobre una mesita esquinada en una cocina operativa y sin alardes. Entonces se quedaba sola, pero su soledad abarcaba más de los minutos que seguían al portazo.

martes, noviembre 24, 2009

El jugador

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Tengo los discos viejos y los libros nuevos. ¿Eso es la madurez? Sí: y también: desechar las historias de superación y lucha, las reporteras de televisión, las palabras de Samuel Etoo, la crítica a ultranza del cine español, la defensa a ultranza del cine español, la lotería de navidad y un menage con Pajín-Soraya.

A Dostoievski le pasa como a mí con algunas mujeres que hasta entonces me había mirado como aquella emperatriz de la antigüedad que se desnudaba en presencia de un esclavo suyo, considerando que no era hombre. Sí, muchas veces me consideraba como si no fuese hombre.

Y también dice y esto está muy bien: Basta sólo con mantenerse firme una sola vez en la vida para cambiar todo mi destino

jueves, noviembre 19, 2009

biografía para catálogo

Es treintañero desde los veinte pero nunca llegará a cuarentón. No tiene asuntos pendientes, nada por solucionar, ni crisis por venir, ni queja que formular. Por eso es eternamente joven y maduro. Palabra a palabra, con sencillez, se mueve cómodo por la vida.

Fue él quien inventó la heterosexualidad sensible, la dulzura de barrio, las buenas maneras de colegio público. A veces desatornilla su cerebro y como si fuera un disco duro externo lo coloca en un carrito de la compra; entonces, en lugar de vivir, sólo transita. Pero otras veces se levanta los párpados sujetándolos con un gato hidráulico para que la pupila trabaje durante todo el día y toda la noche. Entonces, en esos días, se cansa y en la madrugada hay que taponarle la boca porque pierde el norte de tan cansado que está de mirar y decir. Todo lo visto lo coloca junto con su cerebro en ese carrito imaginario, invisible y cargado, y en cualquier momento, tira de ahí para saber de qué va la vida, cómo son sus reglas y qué son las personas. Esa sabiduría que viene del azar de su mirada es la que le permite fotografiar lo que no se ve pero sí se siente.

Anda por ahí, dejando atrás la bohemia para insertarse en el confort de una familia estructurada alejado del malditismo al que su cabeza, de tan duro que juega le quiere llevar a veces aunque él no necesita entrar. No cambia la vida por la fotografía y hace bien, pero jamás se traicionó ante un encargo. Se sabe. Camina cómodo entre portadas, dominicales y autorías y en cada sesión da tal espectáculo que cualquier celebriti se iría con él a cualquier parte; pero él no se las lleva. Se va. De tanto fijarse en los detalles, a veces pierde la panorámica y no ve la vida en su conjunto y ese pérdida de perspectiva es dónde aparece un niño torpe, perdido, entrañable, humano.

Espero que la vida le ponga más zancadillas para que no se conforme con lo que tiene. A sus fotos les vendrían bien algo de odio, de rencor, de resentimiento con la vida, pero de eso no tiene. Pierde la obra pero ganamos sus amigos.

miércoles, noviembre 18, 2009

¿por qué nadie se desnuda en las fiestas?

Andrea me pregunta si entiendo y luego me enseña cómo se baila en Auckland. Antes le llevo al Nike lugar donde los adolescentes homosexuales se exhiben como lo hacíamos nosotros a base de punterazos y balones de marca. Hay una bolsa de corn flakes tamaño familiar en un banco sin mendigo. Hay un par de polvos pendientes, un cocido congelado, un poema de Villena que no entiendo. Dostoiesvki habla del subsuelo, veo un viaje a Madeira que espero que traiga cola, un piso nuevo y, deaxin a deaxin, voy encontrando el sosiego. Me gusta más la farmacéutica que el psiquiatra, claro, y disfruto de su posición dominante.
Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Roberto Bolaño

viernes, noviembre 13, 2009

Ha ocurrido hoy (mañana para el lector)

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No todos los días se compra harina y pan rallado; quizá dos o tres veces a lo largo de toda una vida. Pocas veces (quizá solo una) se pronuncia una frase como: en ese precio el piso está bien comprado y bien vendido. Tampoco es habitual terminar una novela total de 1200 páginas como ha ocurrido hoy.

Tampoco había visto antes (otro debut) una obra de Teresa de Keersmaeker.
Es como una película de Lynch en la que no se entiende nada hasta el final, pero en la salida se entiende todo. María, gran mujer y mejor acompañante, me indica que quizá reproduzca estructuras que se dan en la naturaleza como ese tipo de brócoli, ese fractal...
En el jaleo de sillas que se monta en el escenario he visto que el final de mi profesión está cercano.

martes, noviembre 10, 2009

Tiempos ligeros

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Los informáticos roban el look a los comerciales; alguien se ríe frente al azul de Klein y unos acróbatas tangerinos se olvidan de hacer acrobacias. Contratos de trabajo ligeros, direcciones ligeras, sms en el metro que pasan el rato. Cuatro plantas sin volumen, como las relaciones, en un balcón pequeño, en un sofá grande. Una película japonesa camina sin refinar, las legumbres mal cocinadas. El festival de este otoño tira al suelo las hojas secas y mi pelo; se mezclan a ras y caen dentro de la bolsa de American Beauty que vuela ligera.