sábado, marzo 31, 2012

Don De Lillo

La vida me conmueve cada día pero no consigo concienciarme. Soy un hombre desprovisto por completo de compromiso. Me sitúo igual de de lejos de señorona de la calle Sagasta que llama piojoso a un hueguista como del huelguista que pega una pegatina en el cristal de un restaurante. Desde el otro lado del cristal miro a sus ojos de odio y agresividad.

Do de Lillo diría o, al menos uno de sus personajes, que toda esa gente, los manifestantes, son solo una fantasía generada por el mercado. No existen fuera de él. A ningún sitio podrían ir
si se empeñaran en quedar fuera. No existe ese afuera. La cultura del mercado genera a esos hombres y mujeres. Son necesarios para el sistema que desprecian.

De Lillo ademas emplea la palabra engrisecida y escribe: comenzó a entender que habían inventado su belleza entre los dos, que habían cosnpirado para ensamblar una ficción que funcionaba a pedir de boca para su mutua maniobralbilidad y deleite. Y De Lillo dice también: Todo lo acaecido en nuestras vidas, en la tuya y en la mía, nos ha traido hasta este instante. Cosmópolis no me ha gustado demasiado pero dejé el libro tan subrayado como un cebra vieja

viernes, marzo 16, 2012

Los sonidos del silencio

Apaga Chopin la luz de la tarde
y pienso en tu blanca piel
llena de besos
rojos.

jueves, marzo 15, 2012

¿Por qué están desinfectando Venecia?

Cuando terminó este rodaje pensó que no debía hacer más películas. Dick Borgarde representa como nadie el tormento; Turner también y seguramente Malher aunque en este último no lo detecto. Visconti se atreve con todo, como yo al principio quizá porque construyó una pequeña parte de mí, la más ajena, la de aquellos sueños inalcanzables que eran los ambientes refinados, los personajes al límite, delicados y fronterizos; quizá fue él quien me invitó a la homosexualidad y me enseñó algo del neo barroco y del romanticismo que de vez en cuando, en alguna botella de vino, en alguna orgía desenfrenada se tocan mientras una mujer barbuda sale disparada y cae cerca de un grupo de cretinos que ríen junto a un par de Austrias menores con cara de caballo. Un poco más arriba, en lo alto de un trapecio, Burt Lancaster, también atormentado, se aburre harto de hastío, de spleen y de Baudelaire.

Después de tanta conmoción el circo gitano rumano que actúa en el Teatro Price tenía difícil llamar la atención sobre mí pero lo consiguió a base de mazas por el suelo, pelotas descontroladas, ejercicios fallidos y acordeones tan lánguidos y aburridos como son las películas de Kusturica.

sábado, marzo 10, 2012

Lbi

Recordó los amores de su vida, esa especie de pactos mutuos cerrados con los que pasaban por ahí, acondicionados para el momento, con poco misterio y alguna esperanza. Se detuvo a pensar que cada uno de aquellos hombres venían de otros amores, y era normal pensar que ya estarían ocupados en otros y así se encadenaba la humanidad, hombre con hombre o mujer, mujer con hombres y con mujer, unos con otros, con sus desgastes encima, sus desesperanzas y sus flaquezas, sus fragores apagados, sus ilusiones remotas; así sería mientras la insatisfacción sentimental llenase con su manto espeso aquellos días de modernidad líquida. El pensamiento le había llegado por puro azar, seguramente lo habría leído en Carver -sospechó- pero ella misma quiso entrar en una espiral intelectual y caminar a ratos por esa senda de franqueza por la que empezaba a pisar y que le producía un vértigo agradable, como cuando alguien piensa en la muerte, en lo que supone de verdad, en la desaparición extrema. Y siguió consigo misma ¿pero es que nadie se había unido al amor de su vida? ¿Que posición había ocupado ella con cualquiera de sus parejas? ¿Era la más amada de las mujeres que pasaron por ellos, por sus manos, sus pieles, sus salivas o, era la segunda; o ni siquiera se acercaba al podium? Y eso sin contar con las que vendrían en un futuro que seguramente la alejarían más de los puestos de privilegio en la memorias de aquellos. Se pensó en ella e imaginó una pirámide jerárquica de los hombres de su vida y enseguida vio que el triángulo se levantaba a muy pocos metros del suelo, como un flan mal servido, derramado, y le pareció que su biografía era ligera como el vuelo de un vestido de Miyake, que eso no podía seguir así y que dentro de unos años quería verse sentada frente a un secreter sacando de sus cajoncitos las fotos de sus hombres, de muchos hombres que la habían amado, tantos como los cromos que llevan los niños para intercambiar en el recreo atados con un goma. O al menos, y esta opción le satisfacía igualmente, quizá todavía más, la foto de un sólo hombre, el que pasó por ahí, por donde estaba ella para quedarse, y ayudarle a plegar las sábanas cogidas por las puntas y a introducir el edredón en sus funda. Se imaginó un día lluvioso dentro de un cenador en plena Inglaterra victoriana rescordando sus hitos biográficos a base de hombres, incluso a golpes, fuera lo que fuera. Se tomó este pensamiento muy en serio, como una promesa. Ese era el encargo que se hacía, su labor, un trabajo en extensión. Pero además debía focalizar en otra tarea igual de complicada. Ya no quería ocupar más segundos y terceros puestos. También eso terminó para ella. Su próximo hombre, y esto era ya irrenunciable la colocaría en un pedestal, en el lugar más alto de su vida, de manera que aquella fusión se realizase con la suma de las mejores puntuaciones del uno en el otro de manera que él jamás habría conocido a una mujer como ella, y tanto sería así que dejaría en lugares rezagados a aquellas que la precedieron y a las que ya difícilmente podrían ocupar su lugar algún día.

El hijo de Brian Jones

es la última novela de mi amigo Jesús Ferrero. Cada uno de los personajes lleva una parte de él. De esa manera es fácil comprender que ninguno sea mal tipo. La historia se desarrolla en Manhattan-Londres-Madrid, es decir, en el mundo, como corresponde a un hombre de mundo que tiene algo de gurú de la vida, de oráculo y cuyos personajes ocupan la totalidad de los conflictos, de las angustias y de las miserias de nuestro alrededor y tejen y traman hasta construir un paño tan tupido que no pasarían por ahí ni las ondas de un teléfono móvil.

-No te equivoques conmigo, Julián, por favor, no te equivoques. yo no creo en el amor fácil. Vete tú a ese abismo de los amores fríos, que yo no pienso ir jamás. Ese opio es peor que la droga de la cobardía. Yo no pertenezco a esa época del sexo rápido, te lo aseguro. Yo no...Yo pertenezco, verás...,yo pertenezco al romanticismo alemán.

viernes, marzo 09, 2012

La calle Serrano

Antes, de vez en cuando, según lo que dijese, la ropa que llevase puesta o los días de vida de mi barba sentía que en algunas situaciones, frente a ciertas personas, me hacía pequeño como una goma de borrar. Ya no me ocurre. Un par de decisiones acertadas, algún golpe de fortuna y cierta disciplina con el aspecto personal me han hecho un poco más fuerte, pero no lo he conseguido por adición en la construcción del personaje, sino gracias la desinstalación de algunos programas que llevaba encima.
Pero cuando voy de noche por la calle Serrano me hago pequeño. Siempre parece navidad y triste y me pierdo en la anchura de su acera, en sus escaparates brillantes llenos de cueros y diamantes y si tengo que encontrar el lugar que busco, me da miedo preguntar a la gente.
Ayer me pasó.

martes, marzo 06, 2012

El gabinete de las maravillas

Este fin de semana de antes de Jesuscristo termina en martes con un café marcilla mañanero y malo, unas contraventanas robustas como las pinturas de Goya que al abrirlas me dejan ver el despertar del mercado con señoras que acarician su azotea, fregona en mano, y el personal llegando en metros desde sus casas compartidas jóvenes y desordenadas. Terminó ayer el gabinete de las maravillas entre los susurros de las miradas de Gárgara, las visitas guiadas de Luisa por los murales de Goya y por la vida misma y las sonrisas infantiles de Eduardo que ya sabe que su obra está llena de madurez. Terminó el día con los alaridos de Fátima Miranda en el bollante auditorio del MCARS un día que empezó con los hermanos Álvarez comiéndose una pizza en mis morros mientras navegábamos por la Plaza dos de Mayo, goyesca y romántica también, navegando entre palabras y concordia.