Los niños

Le llaman La Ribot y dicen que baila. Como en el escenario eran dos no supe queién era ella hasta el final; tampoco bailó. El espectáculo tenía algo de infantil muy al gusto de un público de rictus afrancesado e indumentaria singular de Liceo muy superior a la modernidad nocturna, contenida y afarlopada de malasaña y chueca. En el jamón posterior, sobre su plato, se habla de los niños. O sea de nosotros, que nos subían encima de la taza del water para secarnos nuestras madres con vigor. Cuando llegados los siete, empiezas a bañarte solo, te sigues subiendo al mismo lugar para secarte hasta que descubres que eso no tiene ni pies ni cabeza. Así desmontamos las ideas de la infancia, en términos de absurdo poético. En aquella época yo pensaba que cuando salíamos la familia de vacaciones, el entonces príncipe Juan Carlos era quien se quedaba en Zaragoza dando de comer a los conejos y a las ovejas de mi infancia rural.
Álvaro Pombo, que responde más de lo que pregunta y esos es regular, tiene algo de padre perfecto y de hijo perfecto. Para mí hubiera sido el compañero de trabajo perfecto y pasaría horas contándole, preguntándole y escuchándole. como hacía con Miguel Ángel. Iría con ambos a cualquier acera del mundo. Quizá.
Álvaro Pombo, que responde más de lo que pregunta y esos es regular, tiene algo de padre perfecto y de hijo perfecto. Para mí hubiera sido el compañero de trabajo perfecto y pasaría horas contándole, preguntándole y escuchándole. como hacía con Miguel Ángel. Iría con ambos a cualquier acera del mundo. Quizá.