dureza

Los camareros y las camareras, ayudantes de barra, pinches, jefes de rango, cocineros y cocineras y propietarios pasean hasta sus lugares de trabajo, limpios, casi relucientes como exige las hostelería de costa, a punto ya de ponerse sus uniformes. A las once menos cinco de la mañana. Son personajes con relieve capaces de girar mucho más de lo que ellos creen, expatriados como yo, que llegaron en su día a desmadejarse y llegado el momento en el que el último metro del ovillo se derramó en horizontal, no supieron volver a enmadejarse, poner remedio a ese desorden y cerrarse de otra manera, para volverse a abrir después. Y así debieron hacerlo, sucesivamente, hasta que un día cualquiera habrían sido otra cosa, igual de mejor o de peor, sin uniforme y sintiendo la exclusión de ese mundo pero celebrando su libertad, mientras en un veraneo en ese mismo chiringuito playero se quedasen mirando el mecanismo de un azucarero. Pero no lo hicieron |