Pizarra blanca

La pizarra blanca estaba sucia. Como no estaba muy contenta aprovechó para salir de la sala de reuniones para sacudirse todas esas tablas, cuadrantes y diagramas con vulgarismos norteamericanos y fue a ducharse. No le bastaba con limpiarse con un borrador. Necesitaba un trapo mojado para sacudirse todo el managment acumulado y todas las tonterías que se decían en aquella sala. Desde que los retuladores Carioca se habían hecho mayores y se hacían llamar marcadores ya no era lo mismo. Ya no le hacían cosquillas sino daño y se acordaba de Fabio MacNamara cuando pedía que le taladrasen, y ella quería lo mismo, y sonreía con los dibujos que hacían los creativos más divertidos. Así que levantó una de sus patas para escribir una cosa que había escuchado el día anterior: ya no tenemos tenemos que envidiar a Israel; ya hemos montado nuestro muro en Melilla. Pensó que no, que no era el lugar para escribir eso así que estirando su pata se volvió a borrar. Se fue a comprar un regulador Carioca y con el de color rosa escribió como pudo y con un trazo humilde y feo: tonto el que lo lea.